sábado, 3 de abril de 2004

No tengo a menudo ocasiones

No tengo a menudo ocasiones para observar la barra de un bar de hotel una noche cualquiera, de un mes cualquiera en una ciudad cualquiera. Hoy he bajado de mi habitación para tomar unas cervezas y cenar algo después de buscar un cajero, una zapatería y algún lugar mejor donde estar que en un hotel del barrio de periferia en el que me ha tocado pasar unos días de agradable y apacible trabajo de feriante, mercader moderno, prostituta de traje y corbata con sueldo de limpiabotas.



Mientras buscaba el parecido entre una caricatura de grupo y los camareros y camareras del hotel llegó un habitual del lugar. Anunció la “arrivada” con el claxon de su moto, una de esos ingenios mecánicos con largos y brillantes manillares y asientos de cuero, Harley o primas de Harley. Davidson mi amor tatuado en el culo. Cuando se puso a mi lado no pude evitar echarle un vistazo. Camiseta de algodón, más parecida a la parte superior de un pijama que a una camiseta, pantalones vaqueros ajustados al reborde de un vientre saliente y peludo, ojo vista, barba rala, irregular, gris blanquecina, gorra de béisbol de promoción de supermercado de barrio obrero, y voz ronca. El camarero se negó a ponerle una copa con un claro “de eso no” y le sirvió una cerveza. Heineken, moi non plus.



A su izquierda, más allá de mi izquierda, se alineaban los personajes propios de una barra a las 9 de la noche en cualquier bar de cualquier sitio. Solteros o solitarios, conocidos entre sí y entre los camareros, que tomaban su respectiva caña, café, coñac o similar mientras fumaban su respectivo negro, rubio, rubiales o cancerígeno de la especie. Detrás de mí podía oírse el bullicio del salón donde una treintena de críos de 11 años se tiraban la comida a la cabeza, como cada noche desde que llegaron, ante la desesperada e impotente mirada de sus superiores, véase madres, amigas de madres, profesoras solteras y otros, véase camareros entrados en canas con pocas ganas de bromas pero de vuelta de vomitonas infantiles, griteríos y mamadas por 1.000 pesetas.



Mientras engullía mi último trozo de bocata de lomo con jamón y cebolla, cuyo nombre sería incapaz de repetir sin ayuda de un filólogo, el viejo de la Harley y el camarero más joven intercambiaban piropos y exproperios del tipo qué bien te veo y me follo a tu madre cada noche bastardo hijo de puta. Suena un móvil en el otro extremo de la barra. El viejo de la Harley se acerca y aunque no es su aparato lo coje y responde ante la mirada melancólica de los demás.



Justo detrás de mi un niño de 12 años con el peso de su hermana de 18 y su hermana de 18 con el peso de su madre de 40 se acaba el helado de vainilla en copa que le han servido hace unos 58 segundos, arriba o abajo, por el culo te la hinco. Nen.



En el periódico los políticos traicionan todo espíritu político blasfemando y flemando unos sobre otros. Pego un sorbo a un café demasiado caliente y aspiro una bocanada de humo. A mi derecha la camarera que ayer me sirvió el solomillo más grande y jugoso de mi vida pide 3 refrescos de limón para las mesas de los menús combinados, la de los gruístas que trabajan este mes a dos manzanas de allí construyendo unos pisos de protección oficial a pagar en 30 años, sálvese quien pueda, me cagüen en la puerta del banco al salir de casa cada mañana.



Hoy he salido 3 veces 3 en 3 teles 3 para contar porqué la empresa en la que trabajo hace lo que hace, por qué eso es tan bueno como yo digo aunque no lo sea y por qué las cosas van tan bien como yo quisiera que fueran para que me pagaran como creo que merezco aunque eso nunca suceda, válgame Dios, bendito salario, que no me llega ni al 15 de cada mes. Merde. Hoy he tenido más minutos de gloria de esos que dicen que representa la tele de los que esperaba mi abuelo cuando se reía porque estudiaba periodismo y no chupaba cámara. Ni poyas. Hoy he cenado solo rodeado de desconocidos en cuyos ojos intento encontrar un significado a lo que no suele tenerlo y no importe. Hoy estoy aquí y no allí. Y me acuerdo de muchas cosas. Y no tengo a quien contárselas. Este gin tonic está jodidamente bueno coño. Creo que voy a encenderme otro cigarrillo. Nobel.

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