domingo, 4 de abril de 2004

Domingo de Ramos

Hoy es domingo de Ramos. Tal día como hoy, cuenta la Historia de nuestra Cultura, un nazareno nacido en Belén era aclamado en un templo como el hijo de un Dios llegado a la tierra para salvarnos a todos del pecado y el mal. Todos: los de antes, los de entonces, los de ahora y los de después. Su país era un país ocupado por unos y tiranizado por otros. Su pueblo era una multitud desesperada. Tres días más tarde el mismo pueblo que le había adorado lo clavó sobre unos maderos después de escupirle e insultarle hasta matarle.Su muerte transformó para siempre sus vidas y las nuestras. Las de todos. Nuestra Cultura nació en esos días. Y contamos los años como si hubieran empezado entonces. Como si nada hubiera existido antes. Como si nada importara antes.



Ayer, sabatth, día del Dios judío, Jehová, el Dios de aquel hombre y su pueblo, vi una película en la que se reviven aquellos días. Sus horas describen cómo los hombres de entonces matamos a ese hombre de entonces por pedir amor en el mundo de entonces, el de ahora. Al salir del cine tuve una llamada de Emmanuel, E' mma nuel, Dios está con nosotros en hebreo, te quiero. Era para informarme de que unos terroristas religiosos se habían inmolado destruyendo parte de un edificio, a unos kilómetros de la casa de sus padres, su casa hasta hace un mes.



Hace menos de un mes, esos mismos hombres hicieron volar varios vagones de tren matando 191 personas en nombre de Alá, grande y Misericordioso, su Dios, su salvación. Lo hicieron para que cesara una guerra de ocupación, nuestra ocupación. Sus territorios. Nuestro dinero. Sus muertos. Nuestros muertos. Casi a la misma hora, ese día, yo cogía un tren como ese para ir a un lugar al que iban esos trenes. Yo llegué. Ellos no.



Hace dos años, otros hombres como ellos estrellaron dos aviones contra dos grandes torres con 3.000 personas dentro. En nombre de Alá, el grande, el misericordioso, el Dios de los pobres de ahora, el Dios de los desesperados de ahora. Nosotros entonces. Ellos ahora.



Anoche al llegar a mi hotel pregunté, sentado en la barra del bar, por los terroristas inmolados una hora antes. No sabían nada y pidieron venganza. Les dije que eso no sería solución y hablaron de política. Les hablé de la desesperación y me gritaron. Callé. Cinco minutos después un hombre discutía a voces por no querer pagar una ginebra. Los camareros callaron. Al rato le expulsaron del bar. El hombre nos violentó con su lengua. Acabé de cenar para hacer la maleta.



Ahora estoy en un aeropuerto medio vacío. Afuera el cielo es azul y está despejado. Las azafatas se cuentan el suceso de ayer mientras desayunan. En sus ojos se mezcla la indiferencia y la preocupación. En mi casa me espera el amor. En todas partes la muerte me ronda.

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