miércoles, 28 de abril de 2004

Terror

Debajo de mi casa están levantando un muro de ladrillo con alambres por seguridad. Ayer cuando llegué al andén del tren de cercanías, dos militares, con mochila, casco y fusil paseaban a lo largo de las vías. Junto a mí, mis futuros compañeros de vagón les miraban de reojo y leían sus labios por encima de su periódico. El otro día, cuando volvía de una boda en coche, una pareja de la Guardia Civil me paró para pedirme la documentación. Metralleta en mano preguntaron por mi teléfono móvil. Hoy, antes de entrar a la estación, he tenido que enseñar el contenido de mi bolsa de deporte a unos guardas de seguridad. En el tren, algunos viajeros se ladearon para dejarme pasar y fijaron su vista en mi mochila.



Me pregunto qué haremos todos cuando descubramos que el terror no está en nuestras manos sino en nuestras mentes, que el loco y el lobo no son los otros sino nosotros, que nuestra vida no vale un duro, que nuestra muerte acecha a nuestra vida en cada momento y en cada lugar y que no podremos prevenir lo que siempre hemos llevado dentro.

viernes, 23 de abril de 2004

Carta a Don Quijote

Donde andarás Hidalgo, que oyéndome llorar mediaste por mí y por tu falta de prudencia casi muero. Donde andará tu fuerza y tu vigor que de nada sirvieron ante mi amo, cobarde bravucón que látigo en mano prometió clemencia al ver tu lanza y tras perderte de vista no dudó en seguir mi castigo. Más me hubiera valido acallar tus palabras que ver en ellas esperanza. Ahora, en medio del campo estoy, libre pero descalzo. No sé si a otros le servirán tus ideas que yo de esto poco entiendo y sí de llagas y llantos. Amigo, no pidas más por mí y escucha a la sapiencia, que con tanto tino dice “zapatero a tus zapatos” y consigue para otros lo que para mí no hallaste.



Andrés, criado de Juan Haldudo .

jueves, 15 de abril de 2004

Las palomas

¿Se han fijado alguna vez en las palomas? Allá adonde vaya, o de donde venga, hay palomas.



Un día, cuando apenas contaba con 5 o 6 años, corría por un parque de París, muy cerca de Los Inválidos, un monumento a los ejércitos malheridos de Napoleón y una paloma me cagó en la cabeza. Sentí con sorpresa el impacto del excremento fresco. Me toqué la cabeza y observé mi mano manchada de su gelatina blanca y negra. La acerqué a mi nariz pero no olía a nada. Me fui a casa preguntándome cómo y porqué habría sucedido a la vez que me predisponía con algún argumento a recibir la bronca de mi madre.



Desde entonces siempre que veo palomas me acuerdo de aquel incidente. Muchas veces he visto que la gente les tira pedacitos de pan en los parques y las plazas. Las palomas se les cuelgan de los brazos y los hombros, los rodean y se pelean por el alimento. Otros, como mis primos los del pueblo, las cuentan cuando las ven pasar en lo alto del cielo y se las imaginan en el punto de mira, o en el puchero. Cuando eran más pequeños y venían a la ciudad salían corriendo detrás de ellas al verlas arremolinadas junto a las fuentes.



Una vez oí decir que las palomas de ciudad son como ratas con alas; se alimentan de desperdicios; se han vuelto omnívoras; y desarrollan y transmiten todo tipo de enfermedades. Sin embargo cerca de mi oficina he visto las palomas más gordas y sanas de todo Madrid. Habitan en los árboles que pueblan el parque de la Fuente del Berro y tienen un plumaje pardo, blanco y gris, diferente al plumaje de las palomas urbanas, cuyo abrigo es azulado, blanco y verdoso; su pico es blanco, no negro y sus patas rosadas, no rojas. En general tienen un tamaño considerablemente mayor que las palomas comunes y se encuentran en un número muy inferior.



A medio camino entre el aspecto de unas y otras situaría las palomas que veo desde la casa de mis padres. Son palomas con un tono urbano aunque algo más grandes. Pero lo más llamativo es que nunca van solas. Siempre van volando en bandada alrededor de mi casa, como si muy cerca de allí hubiera un palomar donde anidar y volver recurrentemente.



Adonde vivo ahora también hay palomas. Sin duda son las más sanas y gruesas que he visto últimamente. Anidan en la dehesa Real de Boadilla del Monte y las veo cruzando el cielo o paradas en los cables de telefonía al salir a trabajar por las mañanas. Le comenté a un amigo del pueblo que jamás había visto palomas tan gordas y majestuosas. Me respondió que eso, era porque en los campos de Boadilla estaba prohibido matarlas. Me pregunto cómo olerán sus excrementos, si también cagarán sobre la cabeza de los niños mientras corren por el parque y si aquí también las madres los regañan por ello al llegar a casa.

domingo, 4 de abril de 2004

Domingo de Ramos

Hoy es domingo de Ramos. Tal día como hoy, cuenta la Historia de nuestra Cultura, un nazareno nacido en Belén era aclamado en un templo como el hijo de un Dios llegado a la tierra para salvarnos a todos del pecado y el mal. Todos: los de antes, los de entonces, los de ahora y los de después. Su país era un país ocupado por unos y tiranizado por otros. Su pueblo era una multitud desesperada. Tres días más tarde el mismo pueblo que le había adorado lo clavó sobre unos maderos después de escupirle e insultarle hasta matarle.Su muerte transformó para siempre sus vidas y las nuestras. Las de todos. Nuestra Cultura nació en esos días. Y contamos los años como si hubieran empezado entonces. Como si nada hubiera existido antes. Como si nada importara antes.



Ayer, sabatth, día del Dios judío, Jehová, el Dios de aquel hombre y su pueblo, vi una película en la que se reviven aquellos días. Sus horas describen cómo los hombres de entonces matamos a ese hombre de entonces por pedir amor en el mundo de entonces, el de ahora. Al salir del cine tuve una llamada de Emmanuel, E' mma nuel, Dios está con nosotros en hebreo, te quiero. Era para informarme de que unos terroristas religiosos se habían inmolado destruyendo parte de un edificio, a unos kilómetros de la casa de sus padres, su casa hasta hace un mes.



Hace menos de un mes, esos mismos hombres hicieron volar varios vagones de tren matando 191 personas en nombre de Alá, grande y Misericordioso, su Dios, su salvación. Lo hicieron para que cesara una guerra de ocupación, nuestra ocupación. Sus territorios. Nuestro dinero. Sus muertos. Nuestros muertos. Casi a la misma hora, ese día, yo cogía un tren como ese para ir a un lugar al que iban esos trenes. Yo llegué. Ellos no.



Hace dos años, otros hombres como ellos estrellaron dos aviones contra dos grandes torres con 3.000 personas dentro. En nombre de Alá, el grande, el misericordioso, el Dios de los pobres de ahora, el Dios de los desesperados de ahora. Nosotros entonces. Ellos ahora.



Anoche al llegar a mi hotel pregunté, sentado en la barra del bar, por los terroristas inmolados una hora antes. No sabían nada y pidieron venganza. Les dije que eso no sería solución y hablaron de política. Les hablé de la desesperación y me gritaron. Callé. Cinco minutos después un hombre discutía a voces por no querer pagar una ginebra. Los camareros callaron. Al rato le expulsaron del bar. El hombre nos violentó con su lengua. Acabé de cenar para hacer la maleta.



Ahora estoy en un aeropuerto medio vacío. Afuera el cielo es azul y está despejado. Las azafatas se cuentan el suceso de ayer mientras desayunan. En sus ojos se mezcla la indiferencia y la preocupación. En mi casa me espera el amor. En todas partes la muerte me ronda.

sábado, 3 de abril de 2004

No tengo a menudo ocasiones

No tengo a menudo ocasiones para observar la barra de un bar de hotel una noche cualquiera, de un mes cualquiera en una ciudad cualquiera. Hoy he bajado de mi habitación para tomar unas cervezas y cenar algo después de buscar un cajero, una zapatería y algún lugar mejor donde estar que en un hotel del barrio de periferia en el que me ha tocado pasar unos días de agradable y apacible trabajo de feriante, mercader moderno, prostituta de traje y corbata con sueldo de limpiabotas.



Mientras buscaba el parecido entre una caricatura de grupo y los camareros y camareras del hotel llegó un habitual del lugar. Anunció la “arrivada” con el claxon de su moto, una de esos ingenios mecánicos con largos y brillantes manillares y asientos de cuero, Harley o primas de Harley. Davidson mi amor tatuado en el culo. Cuando se puso a mi lado no pude evitar echarle un vistazo. Camiseta de algodón, más parecida a la parte superior de un pijama que a una camiseta, pantalones vaqueros ajustados al reborde de un vientre saliente y peludo, ojo vista, barba rala, irregular, gris blanquecina, gorra de béisbol de promoción de supermercado de barrio obrero, y voz ronca. El camarero se negó a ponerle una copa con un claro “de eso no” y le sirvió una cerveza. Heineken, moi non plus.



A su izquierda, más allá de mi izquierda, se alineaban los personajes propios de una barra a las 9 de la noche en cualquier bar de cualquier sitio. Solteros o solitarios, conocidos entre sí y entre los camareros, que tomaban su respectiva caña, café, coñac o similar mientras fumaban su respectivo negro, rubio, rubiales o cancerígeno de la especie. Detrás de mí podía oírse el bullicio del salón donde una treintena de críos de 11 años se tiraban la comida a la cabeza, como cada noche desde que llegaron, ante la desesperada e impotente mirada de sus superiores, véase madres, amigas de madres, profesoras solteras y otros, véase camareros entrados en canas con pocas ganas de bromas pero de vuelta de vomitonas infantiles, griteríos y mamadas por 1.000 pesetas.



Mientras engullía mi último trozo de bocata de lomo con jamón y cebolla, cuyo nombre sería incapaz de repetir sin ayuda de un filólogo, el viejo de la Harley y el camarero más joven intercambiaban piropos y exproperios del tipo qué bien te veo y me follo a tu madre cada noche bastardo hijo de puta. Suena un móvil en el otro extremo de la barra. El viejo de la Harley se acerca y aunque no es su aparato lo coje y responde ante la mirada melancólica de los demás.



Justo detrás de mi un niño de 12 años con el peso de su hermana de 18 y su hermana de 18 con el peso de su madre de 40 se acaba el helado de vainilla en copa que le han servido hace unos 58 segundos, arriba o abajo, por el culo te la hinco. Nen.



En el periódico los políticos traicionan todo espíritu político blasfemando y flemando unos sobre otros. Pego un sorbo a un café demasiado caliente y aspiro una bocanada de humo. A mi derecha la camarera que ayer me sirvió el solomillo más grande y jugoso de mi vida pide 3 refrescos de limón para las mesas de los menús combinados, la de los gruístas que trabajan este mes a dos manzanas de allí construyendo unos pisos de protección oficial a pagar en 30 años, sálvese quien pueda, me cagüen en la puerta del banco al salir de casa cada mañana.



Hoy he salido 3 veces 3 en 3 teles 3 para contar porqué la empresa en la que trabajo hace lo que hace, por qué eso es tan bueno como yo digo aunque no lo sea y por qué las cosas van tan bien como yo quisiera que fueran para que me pagaran como creo que merezco aunque eso nunca suceda, válgame Dios, bendito salario, que no me llega ni al 15 de cada mes. Merde. Hoy he tenido más minutos de gloria de esos que dicen que representa la tele de los que esperaba mi abuelo cuando se reía porque estudiaba periodismo y no chupaba cámara. Ni poyas. Hoy he cenado solo rodeado de desconocidos en cuyos ojos intento encontrar un significado a lo que no suele tenerlo y no importe. Hoy estoy aquí y no allí. Y me acuerdo de muchas cosas. Y no tengo a quien contárselas. Este gin tonic está jodidamente bueno coño. Creo que voy a encenderme otro cigarrillo. Nobel.