martes, 19 de julio de 2005

Viernes

Lo mejor de la resaca es el empalme. Si tienes suerte y te pilla en casa todo va bien, y si no tienes que salir, ni te digo. Si no, agárrate a lo que sea y fija la mirada allá a lo lejos, donde nada se ve ni nada hay que ver, porque está en tu sangre, la que te cuece entre las piernas. Eso es fácil si el día anterior tomaste una dosis de alcohol suficiente como para no recordarla. Contrariamente a lo que pueda pensarse el empalmado por resaca no es un depravado ni tiene ganas de serlo. No, lo importante del empalme es que te hace más consciente que nunca de que tu cuerpo, y una parte por encima de todas, va por libre.

En una vida acabas recordando los ratos de resaca como esos momentos gloriosos en los que todo se fue al traste, o a punto estuvo. Y tu con tu empalme. De hecho, estoy seguro de que Fénix, el ave, debía ser un borracho, de ahí esa capacidad innata para levantarse una y otra vez y después de caer, volar de nuevo para tocar el cielo con la punta de las alas, o del pene.

Hay un trinomio decisivo en la vida formado por resaca, pene y trabajo. Todo aquel que ha cruzado el umbral de su oficina durante varios días sin pasar por casa conoce ese trinomio. Es el trinomio de la verdad porque te revela en toda su jodida crudeza, y al mundo también. Las cosas más importantes de tu vida pasan en las angulosas esquinas de ese trilátero. Puedo decir que he realizado mis mejores trabajos sudando alcohol y apestando a tabaco. De hecho, la única satisfacción de un periodista es saber que su poder aumenta junto a la dosis de desfachatez y falta de vergüenza alcanzada en la barra de un bar y que a menudo el resto del mundo está dispuesto a arrodillarse y bajarle ese terrible empalme de resaca con tal de obtener unos pequeños renglones rectos en el papel del váter que se pagará a 1 euro el paquete al día siguiente.

También ese estado de descomposición humana permite simplificar al máximo lo que a priori parecía complejo. Donde antes te hubieras aguantado, entonces te cagas, y hasta dos veces, solo por gusto. Que me tocas los cojones, me lo paso por el forro, me despido, adiós, dame mi finiquito, me corresponden 15 días de vacaciones que van a empezar mañana, en la impresora tienes tu página que yo me voy. Y puerta. Eso es un empalme y ese empalme genera simientes que florecen, cada día.

Por supuesto que después de estas hubo otras resacas, comunales y descomunales. He vivido los momentos claves en la desintegración de una empresa con alcohol en las venas: el antes, el durante y el después. Desde entonces los despidos me saben a ron oscuro, lágrimas y abrazos de borracho y besos con futuro incierto y final feliz.

Por eso después de todo, si me llaman un martes, me caso y me embarco, borracho como una cuba. Para qué esperar al viernes, si es una isla a la que no sabemos si llegaremos, ni si existe.