jueves, 26 de febrero de 2004

Un mal día

Desde que empezó el día supe que hasta que este acabara mi estómago le ganaría la partida a mi cabeza. Así es que no reparé en vomitar en cada esquina, mearme en cada árbol, escupir en cada vitrina e insultar a cada mosca que me importunara.



Que se cruzaba una lata vacía por el camino ... patada que te arreo, que si pudiera te mandaría a la luna soputa. Que alguien me miraba de reojo ... que te la estás jugando mamón, apártate de mi vista anda inconsciente. Que alguien me preguntaba un por qué ... pues porque me sale de los cojones, coño ya está bien de tanto joder.



Quiso el destino que una pobre desgraciada, alma desde luego harto desamparada por la divina providencia, cayera tan desafortunado día en mis manos. Pobre saco de mierda con patas. No hubo suficientes improperios para definirla. Toda la ira de Dios cayó sobre ella y en sus tumbas sus descendientes se removieron de espanto. Y que a gusto me quedé. Que la jodan. Seguro que hizo algo para merecerlo, aunque solo sea haberse dejado en casa la intuición que la vida da a toda persona que se digne de serlo al nacer. Pues no haberlo olvidado. A tomar por el culo.



Y tú que miras. Si de vez en cuando escribieras una sarta de verdades con pintas no irías por ahí pagándola con cualquiera, y menos aún con quien más quieres, que siempre es el primero en cobrar. Yo al menos me desahogo, o qué creías que era un puto ser pacífico como yo. La mierda siempre sale por algún lado, y siempre será mejor que solo se estampe contra un papel en blanco. Mejor que solo salpique la pantalla de un ordenador. Que luego esas manchas no se quitan hombre. Eso no se hace. Es de mal gusto.



Ahora puedo sentarme tranquilamente a deleitarme en la contemplación de mi mismo. Ahora puedo dormir y soñar que mañana será mejor día, que nadie me hará desearle la muerte, que nada alterará mi santa paciencia, que no tendré que pronunciar una palabra más alta que otra y que no desearé de nuevo no haber nacido para tener días como el que he tenido hoy. Por dios qué alivio.

lunes, 9 de febrero de 2004

La casa junto a la vía de tren

A unos cientos de metros de mi casa se levanta un edificio singular, intrigante, solitario. Por las mañanas cuando subo la calle que me lleva a la parada del autobús para ir a la oficina, veo el tejado del edificio recortándose en el cielo expectante y luminoso del amanecer; observo cómo se despuntan las argollas puntiagudas y blancas que adornan sus esquinas de ladrillo, y en lo alto las bolas que los rematan. A medida que camino veo despuntar su estructura y cuando llego a lo alto de la calle, antes de torcer hacia la derecha, puedo contemplarlo entero, fulgente por las primeras luces del día. Entre él y yo solo hay un pequeño parque lineal y una avenida. A su izquierda se levanta una capilla monumental, mucho más alta, compuesta de una capilla y una torre puntiaguda. Sobre el tejado de la capilla reposa la escultura blanca de un enorme ángel sentado. Por aquí se dice que el día del Juicio final ese ángel se levantará y tocará la trompeta que sujeta sobre sus rodillas para anunciar el Apocalipsis.



Había visto muchas veces esa casa de ladrillo, con su tejado a 6 aguas, su planta de cruz ajedrezada, y sus persianas batientes de madera, siempre cerradas. La había visto, y sin embargo no le había prestado atención. Sin embargo, desde hace unos días, siempre subo la misma calle para llegar hasta la parada del parque. En mi mente embotada una imagen me persigue. He buscado la imagen de una casa solitaria, blanca, con un tejado oscuro entre la maraña de Internet. Recordaba el nombre de Hopper, Edward, un americano que pintó sin piedad. En sus cuadros las líneas son oscuras y los contrastes fríos. En sus cuadros no hay vida y las personas son objetos. Objetos de nadie. No hay movimiento en sus imágenes. Pero son reales. Muy reales. Tan reales como ese edificio, una casa en la que deben habitar personas, aunque no se vean.



A unos metros, se levanta una enorme y larga verja negra, rematada con unos portones neorománticos monumentales. Detrás todo son pinos. Y tumbas. Detrás, se extiende La Almudena, el cementerio más poblado de Europa. Y guarda su puerta un edificio casi idéntico al retratado por Edward Hopper, “La casa junto a la vía de Tren”.



Nota: “La casa junto a la vía de tren” fue pintado por Edward Hopper en 1925. Puede verse expuesto en el Museo de Arte Moderno (MOMA) de Nueva York. Dicen las malas lenguas que Alfred Hitchcock se inspiró en él para crear la mansión de su obra maestra, “Psicosis”.