miércoles, 16 de marzo de 2005

El primer día

Esa mañana no supe muy bien qué estaba ocurriendo. Mi mamá me despertó antes de lo habitual, me hizo desayunar, me vistió y me sacó a la calle a toda prisa.

Ella lo venía anunciando desde hacía unos días pero siempre he sido algo distraído así es que en aquella ocasión, como haría después en tantas otras, no le debí hacer mucho caso pensando que me estaba hablando de algo sin importancia.

El caso es que a medida que iban pasando los minutos fui pasando pronto de la sorpresa al terco enfado, ya entonces era bastante cabezón, sin saber que acabaría llegando rápidamente al estupor para caer de golpe en el profundo horror.

Salimos de casa y mamá con su paso siempre tan corto y ligero pero firme me tiraba de la mano alegando que llegábamos tarde. A mi corta edad -había aprendido a señalarla orgulloso con pulgar, índice y corazón-, no había desarrollado aún demasiados poderes de deducción pero los suficientes como para saber que eso significaba ir a un sitio serio donde alguien o alguienes nos esperaban para hacer algo que como todo lo anterior desconocía por el momento. Estupor.

La cosa empezó a ponerse fea cuando íbamos llegando al lugar de destino. A medida que avanzábamos observé que otros niños con otras madres tirando de sus pequeñas manos se dirigían en la misma dirección que nosotros. Mi mamá, que ya se había apercibido desde hacía un rato de que no me estaba gustando la situación, me empezaba a adelantar datos sobre lo que iba a suceder en breve. Todo se resumía en que lo pasaría muy bien y pronto estaría de nuevo en casa. De nuevo leyendo entre líneas alcancé a adivinar algo más sobre mi horrible devenir: mi mamá me dejaría solo y ¿por qué lo iba a pasar tan bien, es que podría pasarlo mal? Oh Dios mío ... Horror.

Hay muchas formas de llorar y se puede llorar por muchos motivos distintos. Pero no hay nada más triste, aparte de ver llorar a un viejo, que llorar cuando, por primera vez te anuncian que tendrás que enfrentarte al resto del mundo tú solito. Solo. Sin papá, ni mamá, ni Carlitos, ni el tío Fermín, ni la vecina del quinto. Solo, y punto.

Ese día de nada sirven los pequeños tractores rojos, como el que me compró mi mamá para que dejara de moquear, chillar, tirar de su brazo y revolcarme por el suelo. Ese día se recuerda cada año con el mismo profundo horror. Ese es el día en que de verdad comienza tu vida aquí, en este mundo, el real.

Ese día es el día en que empieza el colegio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario