martes, 11 de noviembre de 2003

Fiebre



Mi trabajo está bien. Tengo todo el día para pensar palabras. Palabras que enamoren. Enamorar de cosas.



Algunos días me aburro soberanamente. Entonces me salen las mejores palabras: palabras locas, palabras sueltas, insultos, recuerdos, deseos, obviedades, payasadas, alegrías, sonrisas y pedradas. Cuando no sé qué decir pregunto a los demás y los demás me miran y sueltan todas las barbaridades que les pasan por la cabeza. Entonces les escucho y veo su interior: los veo planos o inflados, grandes o enanos, llenos o vacíos. Y cada día les veo distintos, aún viéndoles igual.



Los mejores momentos para crear palabras son los que da la fiebre. El otro día tuve un acceso que me puso al borde de los 40, sin termómetro. Estaba a punto de caerme de la silla pero las ideas me mantenían atado a la pantalla del ordenador. Las vomitaba por miles y manchaban mis correos, mis documentos, mis chats, todo.



Hay una cosa mejor que dejar de sentir fiebre y es sentir la locura inicial de la fiebre. En realidad ese es el momento. El resto del tiempo, es decir después, se intenta expulsar, pero entonces se vuelve insoportable. Debe ser que la fiebre es como Dios, no se puede expulsar a Dios. Si le expulsas te haces daño, te torturas.



Justo al revés que la orina. Ahora mismo estoy reteniendo la orina. Y me hace daño. Cuando la expulse me hará bien. Sin embargo solo por el placer de soltarla merece la pena retenerla. Sí, igual que la eyaculación. Eso es. Hoy tengo unos análisis médicos. A partir de las 12 no puedo comer, ni beber, ni orinar, ni cagar. Ni eyacular, le digo yo a todo el mundo. Y se ríen. Pues no sé por qué se ríen porque no hay tanta diferencia. Debe ser que ellos no han tenido nunca fiebre.



Javier López Recio

No hay comentarios:

Publicar un comentario